José Ramón Martínez Riera

Las enfermeras comunitarias prestan cuidados a personas, familias y comunidad de manera integral, integrada e integradora.

Esta proposición o enunciado parece tan evidente que se considera que no requiere demostración. Es decir, parece que estemos ante un verdadero axioma. Sin embargo, resulta necesario pararse a analizar y reflexionar sobre la certeza del mismo.

No trato de cuestionar el que las enfermeras prestan cuidados, pues sería tanto como poner en duda su razón de ser profesional. Otra cuestión es si los cuidados que se prestan dan respuesta a las necesidades sentidas de la población a la que atendemos o, por el contrario, se adaptan a nuestros intereses profesionales, organizacionales, personales… alejándose de la demanda real.

Ser enfermera es relativamente sencillo. Lo mismo que lo es ser biólogo, traductor, historiador, médico o abogado… se trata de estudiar para obtener el título que te acredite como tal y ponerse a trabajar. Otra cosa bien diferente es ser una buena enfermera. Eso es realmente complicado y requiere no tan solo de aptitudes sino de actitudes firmes. Y es aquí donde, a mi modo de ver, radica el problema. No nos creemos la importancia de asumir sentirse enfermera. No de ser enfermera, sino sentirse enfermera.

Es por eso que siendo, simplemente, enfermera nos dedicamos a atender con la mirada puesta en la enfermedad, la técnica, el síntoma, la dolencia… vemos la úlcera, la hipertensión, la diabetes, la obesidad… aisladas de la persona y de sus entornos familiar y comunitario. Convertimos pues a las personas en hipertensos, diabéticos, obesos…o vemos la úlcera como algo independiente de la persona. Etiquetamos e invisibilizamos a las personas convirtiéndolas en sujetos pacientes. Nos olvidamos de la salud y de los sentimientos, emociones, vivencias, experiencias de las personas con relación a dichas dolencias que las convierten en únicos e irrepetibles problemas de salud en lugar de la estandarización que buscamos para facilitar nuestro trabajo, sujeto además a la sempiterna falta de tiempo. Derivamos en lugar de escuchar. Mandamos en lugar de consensuar. Reñimos en lugar de contrastar. Controlamos en lugar de evaluar…

Y después de esta dedicación plena en la que generamos insatisfacción, dependencia y cronicidad, con relativa frecuencia, en ocasiones reiterada e insistente, nos quejamos de la falta de reconocimiento social y profesional que las enfermeras tenemos. Lastimera queja que tan solo se traduce en una repetitiva cantinela exenta de reflexión por parte de las propias enfermeras.

Tan solo utilizamos a la familia para descargar nuestras cargas. Tan solo trabajamos en la comunidad acudiendo a los avisos domiciliarios para prestar asistencia, de nuevo, sobre la enfermedad, la dolencia o la aplicación de técnicas. Sin reparar en el entorno y obviando a la familia, salvo para pedirles que nos ayuden.

Y volvemos a nuestra atalaya, a nuestro nicho ecológico en la consulta enfermera del eufemísticamente denominado centro de salud, en donde nos sentimos seguros y protegidos.

La sociedad, por tanto, mantiene vivos y presentes los estereotipos y tópicos en torno a las enfermeras y le cuesta identificar al profesional que queremos aparentar ser pero que raramente sentimos, es decir, enfermeras comunitarias.

Se identifica como excepcional lo que debería ser normal, cuando una enfermera ve a la persona como ser bio-psico-social y espiritual, miembro de una familia e integrante de una comunidad a las que identifica y presta atención de manera integral, integrada e integradora, que trabaja en, pero también con la comunidad, incorpora a la familia como sujeto de atención y recurso fundamental en el proceso de cuidados, trata de evitar la dependencia, trabaja para lograr la autonomía y prioriza sus intervenciones planificando su tiempo, que es el mismo que el de cualquier otra enfermera, ni más ni menos, y le presta para atender esas necesidades identificadas y sentidas. Pero la excepcionalidad impide el cambio de percepción y reconocimiento general, que sigue instalado en la idea de profesionales que acatan órdenes y todo lo más son simpáticos.

Así pues, el axioma queda reducido al ámbito de las aulas donde, en el mejor de los casos, se identifica como lo que teóricamente es deseable. Pero que ante la falta de referentes claros en los que identificar dicha teoría se desvanece y desaparece para dejar paso a la distorsionada, pero lamentablemente real imagen de las enfermeras comunitarias.

Y a todo este panorama contribuyen las fuerzas sociales y las instituciones con sus decisiones interesadas en contentar las peticiones de descanso de las enfermeras hospitalarias, permitiendo y favoreciendo su trasvase interesado que no de interés en pasar a Atención Primaria, en lugar de preocuparse por dignificar las deplorables condiciones de trabajo de los hospitales que inducen a las enfermeras a buscar un retiro que luego se dan cuenta que no es tan idílico como se lo presentan, pero que contribuyen con su actitud y su falta de aptitudes a deteriorar y convertir el axioma en un triste eufemismo, al tiempo que desesperan a quienes mantienen la ilusión por querer hacer realidad la existencia del citado axioma.

Y mientras tanto los decisores políticos siguen gastando dinero público formando enfermeras especialistas de enfermería familiar y comunitaria que después no contratan como tales. ¿Alguien me puede explicar a qué juegan todos?


José Ramón Martínez Riera

Director de la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria.

Durante mucho tiempo los cuidados fueron entendidos como algo menor. Cosa de mujeres y del ámbito doméstico y, por tanto, algo sin valor.

Las enfermeras siempre hemos tenido a gala identificar los cuidados como nuestra seña de identidad profesional. Y lo hemos hecho valorando tanto el que fuese cosa de mujeres como que lo fuese del ámbito doméstico. Y es que ambas cosas tienen un gran valor para nosotras.

El que sea cosa de mujeres porque nuestra profesión es, en sí misma femenina, con independencia del sexo de quien la ejerza. Y que sea doméstica porque es la esencia misma del cuidado, es decir, el que se da en el ámbito del hogar y más propiamente de la familia. Otra cosa es que después se convierta en ciencia y se profesionalice. Pero lo científico no anula ni debe invalidar su origen.

Así pues las enfermeras incorporamos los cuidados como eje vertebrador de la ciencia de enfermería y de la disciplina que la vehiculiza así como de la profesión en la que ejercemos.

Ese desprecio o, cuanto menos, minusvaloración hacia los cuidados, impregnaba a la Enfermería y a quienes los prestábamos, sufriendo la misma consideración que las mujeres y lo doméstico.

Desde que hace 40 años entramos en la Universidad, las enfermeras nos propusimos dignificar los cuidados. Y lo hemos logrado en gran medida, aunque las organizaciones sanitarias aún se resistan a institucionalizar los cuidados como hacen con la curación, relegándolos a la consideración de menores o invisibles.

Pero algo debemos haber hecho bien cuando ahora todos quieren cuidar. Los médicos, los farmacéuticos, los psicólogos… pero también cualquier producto que se precie de ser valorado como los yogures, las cremas, los pañales, los champús… Es cierto que cuidar no es exclusividad de las enfermeras, tan solo los cuidados enfermeros lo son. Pero no es menos cierto que hasta hace poco nadie lo reclamaba con el ahínco que ahora lo hacen todos.

Y lo doméstico, y por extensión la familia tampoco era un ámbito muy codiciado. Y resulta que ahora muchos se apuntan de manera interesada y oportunista a él. Así podemos identificar como las Farmacias, sorpresivamente, quieren pasar a ser de familia y comunidad. Y digo sorpresivamente porque nunca hasta ahora habían mostrado ese inusitado fervor que ahora manifiestan por acercarse a las familias y a la comunidad.

No deja de ser curioso que mientras se demonizan e incluso criminalizan las concesiones privadas de la Sanidad Pública, ahora no tan solo se vea con buenos ojos sino que incluso se legisle para dar rango de norma a concesiones con empresas privadas como las Farmacias. ¿Tenemos que pensar que hay empresas privadas buenas y malas? ¿En base a qué? ¿Con qué criterios se elige a unas y se discrimina a otras?

Pretender que los cuidados prestados por las enfermeras, por formar parte de sus competencias y de su razón de ser disciplinar y profesional, pueden ser derivados a otros ámbitos como las Farmacias, que nunca han mostrado el más mínimo interés por ellos más allá del mercantilista, es no tan solo un despropósito sino una falta de respeto hacia las personas, las familias y la comunidad y una nueva afrenta hacia las enfermeras. Sin contar, claro está, con su absoluta falta de preparación para hacerlo. Y todo ello cobrando por ello, es decir, teniendo que pagar los servicios el Sistema Público, cuando ya hay profesionales preparados, adecuados y competentes que lo hacen. ¿Alguien puede explicarlo, o tenemos que aceptarlo sin más?

Que nadie se lleve a engaño. No se trata de integrar a las Farmacias en el necesario proceso de continuidad de cuidados, lo que tendría mucha lógica y sería deseable, sino de suplantar las competencias de unos para otorgárselas a otros sin ningún tipo de trabajo compartido previo para analizar, debatir y consensuar soluciones conjuntas en el marco de las competencias específicas de cada una de las partes..

El problema no es de los farmacéuticos, que están en su derecho a reclamar lo que consideren, sino de quien le da rango de derecho a sus peticiones y asume su regularización con intereses que ni han sido aclarados ni tienen justificación alguna, más allá de no se sabe que oscuros pactos.

Ahora resulta que los cuidados y las familias se han convertido en obscuro objeto de deseo.

¿Quiénes serán los próximos en reclamarlos como propios?

Esta no es desde luego la Sanidad Universal que la sociedad quiere y espera.